lunes, 30 de diciembre de 2019

MI ÚLTIMO REGALO DE JAPÓN

6 meses y 20 días.

Ese es el tiempo que ha pasado desde que recibí el regalo más bonito que Japón me podía dar: Una nueva hija. Ha sido el broche de oro de esta experiencia con la que tanto hemos crecido y con la que Dios nos ha enseñado que Él todo lo puede. Y fue precisamente en este culmen cuando, de forma inesperada, nos tocó hacer las maletas definitivas de vuelta a nuestra tierra. 

Así recibimos la noticia, de golpe y porrazo, a 5 días de dar a luz, con la defensa del Trabajo de Final de Máster a la vuelta de la esquina y la boda de mi hermana en un mes.  ¿Ahora? ¿Precisamente ahora que los niños están fenomenal y que había empezado a cogerle el gusto a este sitio? ¿NO HABÍA MOMENTO MEJOR? Cuántas veces me hice esa pregunta hace unos meses, cuánta incomprensión, lágrimas y estrés. Todavía, casi medio año después de nuestra vuelta, me cuesta de asimilar y me duele nuestro atropellado retorno: no haber podido ni visitar la ciudad donde mi marido creció, que mis hijos hayan tenido que dejar a sus amigos de los que tanto estaban disfrutando este último tiempo, ahora que ya estaban volando con el idioma y que empezábamos a recoger los primeros frutos del huerto de mi mediano... ¡Quién me iba a decir a mí que no me querría ir de Japón! En realidad me alegra descubrir que, a pesar de las dificultades, he aprendido a amar a aquel extraño y lejano lugar y que no cambio por nada todo lo vivido allí.

Y, como el objetivo principal de este blog no es otro que el de ser mi diario personal para no olvidar nuestras vivencias y experiencias en el Imperio del Sol Naciente, no podía echar el cerrojo sin documentar cómo llegó al mundo nuestra pequeña garbancita japonesa. Así que, allá voy:

La historia, como podéis releer en el apartado "Embarazo", se quedó en que el 7 de junio, ante una puntual bajada de pulsaciones de la nena, decidieron citarme para tres días después. Allí nos plantamos el día 10, tan tranquilos, sabiendo que todo iba a ir bien porque simplemente es que los nipones son muy cuadriculaos y se alarman con cualquier cosa que se salga de su esquema. Pero resulta que, tras nosenicuánto rato con los monitores puestos, va y me da un jamacuco. Ay, Dios mío. Mareazo al canto, sudor frío, vista en blanco... Informo a mi señor esposo de que esto tiene toda la pinta de que me va a dar un síncope de un momento a otro, a lo que él me contesta que no pasa res, que como estoy tumbada, aunque me desmaye, no me caigo. ¡Pero es que me encuentro fatal-fatal-fatal! Que nada, que no me preocupe, que estoy en un hospital y no hay lugar mejor para estar cuando uno se encuentra mal. No doy crédito. Para que comprenda la intensidad de mi malestar, le hago saber, desdiciéndome de opiniones previas que, en caso de que me muera, le dejo casarse con otra. Entre risas me dice que no me agobie, que no me voy a morir y, aunque es un hombre sincero donde los haya, confieso que me costaba creerle. Cuando ya toda la sangre vuelve a circular correctamente por mi cuerpo, intentando no parecer una resabidilla en plan: "Mi indisposición ha estado provocada por la compresión de la vena cava, al haber permanecido de forma prolongada en decúbito supino", por medio de mi traductor marital le digo al doctor simplemente que, según lo que me habían explicado en otras ocasiones, probablemente toda la fiesta que acabo de vivir es consecuencia de haber estado tumbada boca arriba. El hombre flipa. Dice que lo normal es que las mujeres se alarmen y que ahí estoy yo, justificando lo contrario. Según él, podía ser al revés, que le pasara algo a la peque y por eso me haya dado el yuyu, así que su consejo es que me quede ingresada para mantenerme monitorizada. A 10 días de la fecha probable de parto y siendo que jamás había dado a luz antes de salir de cuentas, el plan me descuadra completamente. Ilusa de mí le digo: "Entonces me quedo esta noche y, si todo va bien, mañana a casa, ¿verdad?" Pues no, me quieren tener vigilada por si hay que hacer una cesárea de urgencia y, en caso de que todo esté correcto, me lo inducen al día siguiente, por prevención... muy japo todo. Después de analítica, electrocardiograma y otros "por si acasos", un segundo mareíto me convence de que lo mejor es quedarme. 

Como ya comenté, a mi esposo no le dejan hacer noche en el hotelito y además, por falta de camas libres, me iban a poner en habitación de 4, por si no tenía agobio suficiente. Al final, el médico propone que me lleven a un paritorio libre y, oye, ni tan mal:


Zona con tatami, tele, microondas y hasta un furo completito. Yo que siempre había deseado poder dar a luz en una habitación con ducha y, ahora que tengo hasta bañera, sé a ciencia cierta que no lo voy a usar. Jopé. Y ahí me quedo, a las 4 de la tarde, más sola que la una, con el móvil al 35% de batería, rezando para que todo trabajador que entre hable inglés o se exprese muy bien por señas. Pero no os penséis que no tenía nada que hacer ¡qué va! Resulta que en mi planning de ese día, en lugar de una estupenda estancia en hospital, yo tenía previsto defender mi TFM, por lo que, después de poder ver a mis hijos un ratito y que mi marido me trajera el portátil (y cargador😅) mantuve mi mente ocupada organizando una exposición que, de forma inesperada, había pasado de ser prioritaria a convertirse en algo completamente intrascendente. Y así de surrealista todo: con el wifi del móvil, desde el otro lado del mundo y en bata de hospital, hice la defensa de Trabajo de Final de Máster. Fue una experiencia preciosa, no lo voy a negar, y de esos momentos en los que eres consciente al 100% de lo que es realmente valioso en la vida, por encima de trabajo, títulos universitarios y reconocimientos. Vamos, que me daban absolutísimamente igual mis pintas, la vergüenza, aprobar que suspender, porque lo único que deseaba era tener en brazos a mi princesita oriental. 

Entre el Google Traslator, mímica y el comodín de la llamada, salvamos decentemente la barrera comunicativa de la tarde-noche. A pesar de que los nervios y la incómoda camilla no me lo pusieron fácil, conseguí descansar y, al despertarme a las 7 de la mañana para empezar con la oxitocina, estaba bastante animada. Cuando se abrió la puerta y apareció una sonriente matrona al son de "¡Buenos días!" en perfecto castellano no me lo podía creer. ¿Cómooooo? ¡¿¿Hablas español??! Pero la ilusión se desvaneció rápido, eso era prácticamente lo único que sabía en mi lengua esta increíble profesional, nuera de un alicantino, que fue un ángel para nosotras. La decepción no duró mucho, al comprobar que hablaba un correctísimo inglés y que, a pesar de tener ya el gotero ¡me dejó desayunar!

Me habían dicho que podría utilizar la pelota de pilates durante la dilatación, pero se lo repensaron y decidieron que era peligroso porque me podía caer (¿os he mencionado alguna vez cuánto les gusta la prevención a los japoneses?) y en su lugar me sacaron esta especie de balancín que usé media vez. Hablando de prevención: cada treinta minutos venían dos enfermeras que, antes de subirme la oxitocina, comprobaban mi nombre en la pulsera, el gotero y la hoja de registro. 

EN LOS TRES SITIOS

LAS DOS

CADA VEZ


A partir de las 9am dejaron pasar a mi marido, lo cual fue un descanso enorme. Ya con la oxitocina a tope, no coló lo de dejarme comer pero, como la comida "estaba incluida", se la trajeron a mi marido. Y él tan feliz.
No voy a entrar a contar en detalle la laaarga espera posterior, solo diré que, tras seis horas con la oxitocina a full y no haber dilatado nada respecto al comienzo, me dijeron que, si cuando volvieran a reconocerme no había cambios, desmontaban la paraeta y al día siguiente vuelta a empezar. Creo que fue uno de las situaciones de mayor autocontrol de mi vida. Mi cuerpo me pedía gritar, llorar y patalear, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas. No entendía nada. Porqué, si me había mantenido tranquila, si todo parecía ir bien, aquello no avanzaba. Es muy difícil plasmar por escrito el bajonazo y la angustia del momento, pero me sentí muy acompañada por los que tenía conmigo allí y los que estaban a miles de kilómetros, y eso me animó a seguir, no sin sufrimiento. Dos horas más tarde había avanzado, pero solo 1 cm, así que decidieron romper la bolsa y en 37 intensísimos minutos, en los que hasta ofrecí soborno -sin éxito- a la matrona para ver si me chutaba algo, teníamos a la chiquitina con nosotros. 

Lo que quiero guardar para siempre en mi recuerdo son las vivencias positivas de esta nueva vida:  Como ese instante en el que, en medio de la vorágine de preparativos para recibirla, la matrona tuvo el detallazo de coger una foto con mis hijos que yo había pegado en un armario y ponerla a mi lado para que la tuviera a la vista...

Y, entonces, llegaste tú...

... y lo cambiaste todo. Y demostraste que el corazón de una madre se ensancha con cada hijo. Y ya no me importaba la soledad, porque en realidad no estaba sola: estaba contigo y eso me bastaba. Y corto ya la parte emotivo-caldosa, que me pongo ñoña y no acabo.

La primera noche fue en habitación de cuatro, separadas por cortinas y escaso espacio para una silla al lado de la cama. Le dejé claro a mi marido que me explicara bien bien el planning médico, no fuera a ser que se llevaran a mi baby de pronto y yo no supiera para qué (miedo a que me la robaran no tenía que, como decía un amigo mío, era fácil saber que la mía era la de los ojos redondos). Él me dijo que entre las 00 y las 06 le harían la prueba del talón y que a las 4:30 de la mañana se la llevarían a hacerle la revisión médica. De hecho, me aclaró que había visto en la hoja de registro que vendrían a las 4:37, oséase, 12 horas exactísimas desde que nació. Ríete tú de la puntualidad británica. La cosa es que, con unos minutos de adelanto llegaron y me dicen: "Shawa" haciendo un gesto como de pasarse la esponja. Con mi nivelazo de inglés y de lengua de signos, hice la deducción rápidamente mientras pensaba: "no-es-posible". Pues sí que lo era, lo supe en cuanto llegó mi criatura con olor a jabón y el pelo repeinao. ¿En serio hacía falta despertarnos de madrugada para darle su primer baño? ¡Que no se iba a volatilizar con los rayos del sol si esperábais al amanecer, eh! En fin, que es así y es así, punto.

Antes de la segunda noche ya nos pasaron a habitación individual, lo cual agradecí, no solo por el espacio, sino porque ya no me preocupaba que me despertaran los churumbeles de las demás o la mía no dejara dormir a los suyos, y además no tenía que pedir hora para ducharme. La cuna, transparente y verde pistacho, igualita que las que hay en La Fe, disponía de un sensor que pitaba al detectar que se extraía al bebé sin previo aviso o si este dejaba de respirar. High level. La cuestión es que tenías que darle a un botón al ponerla o sacarla de ahí, (cosa que yo hacía pocas veces, ya que la tenía bien pegadita a mí todo el tiempo) y no sabéis la de sustos que me pegué, porque a mí se me olvidaba desconectarlo todas las santas veces...
Puede parecer una tontería, pero yo creo que es un súper invento: pantalla en el baño desde la que puedes ver lo que pasa en la habitación y así controlar al neonato. Madres del mundo, ¿a que estáis conmigo en que es un puntazo? Además de las cosas molonas, también había incomodidades, como que tenía que bajar yo a otra planta a la revisión en lugar de venir ellos a mi habitación o que no me dejaban andar con la bebé en brazos. Y niponadas del estilo de tener que apuntar cada comida, pipí y popó; tomar la temperatura de madre e hija tres veces al día (que, por cierto, a los chiquitiflaúticos se la toman en el cuello) o que a mi hermano, recién llegado de España, no le dejaran pasar a conocer a la nena por si traía alguna infección del ultramar. 

Al tercer día y para mi sorpresa, vinieron con una especie de llavecita y le quitaron la pinza del cordón umbilical. Hablando de estos restos de unión materno-filial, para los que no vieron en el instagram, os comento que, al poco de nacer, es costumbre en Japón regalar a la madre una cajita que en su interior contiene un trocito del mismo. De primeras, me pareció una tradición un poco asquerosilla, pero ahora creo que es precioso (no hablo del cacho carne disecao, que no he querido volver a abrir 😥, sino del sentido).

Por lo demás, creo que me porté como una campeona respecto a la comida, y eso que era una semana de ingreso. Aunque confieso que con estos amiguitos no pude... Me miraban todo el rato.

Y de vez en cuando me tocaba mandarle un Whatsapp de consulta a mi media naranja, en plan:
ESTO...                                            ¿VA AQUÍ?


El personal del hospital fue de lo más respetuoso y amable y creo que nunca olvidaré cada vez que entraban en la habitación "cantando": Sanchosaaaan y se armaban de paciencia para intentar hacerse de entender. Ya lo dije una vez respecto a mi profesión, que a partir de esta experiencia sería mucho más sensible con el alumnado extranjero y ahora añado que también lo seré con sus familiares. Es muy frustrante no poder comunicarse y se agradece cuando alguien de verdad se esfuerza para que te sientas comprendido.

Tengo varias entradas en borradores y se me quedan mil cosas de esta aventuran el tintero, pero creo que, aunque no deje de mirar al 2019 con nostalgia y agradecimiento por lo vivido, necesito cerrar el año bajando la persiana de este blog y mirando con esperanza e ilusión a lo que nos depara el 2020. 

Japón me ha enseñado:
  • Que ámbar signfica "frena" y no "acelera". En otras palabras: paciencia.
  • Que en España somos unos gritones y nos interrumpimos al hablar. O lo que es lo mismo: El valor de escuchar.
  • Que sufrir hace crecer. Porque, por muy duro que fuera ver a mi hijo llorar en silencio mientras se abrochaba el cinturón en el despegue del primer viaje o quince meses después al oírle responder: "Ahora que por fin tenía amigos", al decirle que el próximo avión de vuelta es el definitivo, ha valido la pena todo lo que hemos aprendido y madurado.
  • Que, aunque suene cursi, "Hogar" es donde está mi familia.
Sobre todo, para mí Japón ha sido el lugar en el que Dios me estaba esperando para salvar a mi familia y sellar en mi corazón que me ama con locura.

Ya solo me queda despedirme de Japón, al menos de momento, y decir con el Padre Pío:

Mi pasado, Señor, lo confío a Tu Misericordia
Mi presente, a Tu Amor,
Mi futuro, a Tu Providencia

BENDITO SEA EL SEÑOR 


6 comentarios:

  1. Olé olé y olé. Sin palabras y con lágrimas en los ojos me dejas amiga. Porque con cada palabra tuya, siento y padezco contigo. Que el 2020 nos mantenga unidas de alguna manera. Te quiero mucho. Os quiero mucho familia. BENDITO SEA!!

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    1. ¡Gracias, amiga! Has sido mi más fiel lectora (después de mi madre😜) en esta aventura, y te lo agradezco muchísimo. Además, eres uno de mis regalos de Japón que, lejos de distanciarnos, nos ha unido más. Mis mejores deseos para 2020, que a ti te espera lleno de VIDA. Yo tb te quiero muchísimo!!

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  2. Os apetece otra aventura en Egipto? Jajajajajaja sois unos campeones! Chapó

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    1. Jajaja! Yo sigo esperando las aventuras de “Una chulapa entre pirámides”/“Cleopatra bailando chotis” o “De cocidos y jeroglíficos”😂🤣

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