jueves, 7 de marzo de 2019

MI PARTICULAR 8-M NIPÓN

Me siento frente al ordenador con un popurrí de ideas y sentimientos en mi interior. Nos acaban de confirmar 100% seguro que, cuando dé a luz dentro de 3 meses y medio, mi marido podrá estar en el parto, pero luego tendrá que ceñirse a un horario de visitas que supondrá que yo pase 15h de las 24 que tiene el día, sola. Sí, es obvio que estoy en un país desarrollado donde, a nivel sanitario, estaré atendidísima, pero no para de rondarme por la cabeza la relación que establezco entre este hecho y que mañana sea el Día de la Mujer. 

Siendo sincera, me desagrada profundamente toda la politización que se ha hecho del asunto, leer el manifiesto de la Huelga del 8-M y no sentirme identificada para nada, que parezca que ser feminista signifique odiar a los hombres y culparlos de todos nuestros males, que quieran hacernos creer que no se puede ser feminista y católica, que emplear el plural en masculino suene a despreciar a la mujer, que se relacionen conceptos como aborto y feminismo... Me sale humo por las orejas de leer comentarios y artículos en las Redes Sociales relacionados con el tema y la mayoría con un tinte político (y me la trufa que sean los verdes, los rojos, los naranjas, los morados o los azules), como si los Derechos de la Mujer fueran propiedad de algún partido.
Todo esto venía porque hoy he sido consciente de uno de los logros que se han conseguido en España en favor de la mujer en los últimos tiempos y que ahora siento que me privan de él: Mi derecho a estar acompañada en el postparto inmediato por la persona que yo elija. El alumbramiento y el puerperio no son una enfermedad ni un tabú, es el hecho más natural que existe, algo por lo que ha pasado cada una de las madres de este planeta y, qué queréis que os diga: mejor en equipo. Por supuesto, un buen grupo médico nos da una tranquilidad enorme, que no es moco de pavo en momentos así, pero mi apoyo más grande siempre ha sido mi marido.
Sí, yo soy la que siente las patadas desde el interior, la que vive las contracciones, la que empuja, la que da a luz y la que la alimenta exclusivamente día y noche al inicio de su vida. Pero él es el que me anima cuando se me van las fuerzas, el que me susurra que todo va a salir bien, el que coge mi mano y me empodera (que poco me gusta esa palabra, pero define muy bien a lo que me refiero); el que la mece y la tranquiliza con su voz, que ha escuchado durante meses ahí dentro, y el que, al fin y al cabo, ha colaborado en un 50% en el hecho de que esta niña venga al mundo.

Y, después de este discurso tan ideal y con tintes tan románticos (y no por ello menos realista) puntualizo: también él es el que está ahí para deshacerse del meconio, esa masa petrolífera que nadie entiende que salga de un cuerpo tan diminuto e inofensivo; el que me acompaña intentando que no me desmaye cuando voy al baño por primera vez, aunque parezca una borracha despeinada; el que me acerca a la enana o me ayuda a cambiar de posición si no puedo porque los puntos que han puesto en mi cuerpo como consecuencia de traer a este bebé al mundo me hacen la vida imposible (y no digamos si se diera el caso de que fueran grapas...); el que se pasea por la habitación balanceándose a ver si consigue que los gases abandonen el cuerpo de la pequeñaja y podamos dormir todos en paz; el que le cambia de ropa las veces que haga falta porque parece mentira que, con la de potingue lácteo que expulsan los recién nacidos cuando eructan, sigan creciendo con normalidad; el que me pone el hombro para que llore, o se ríe con mis carcajadas, o me mira a los ojos sin descifrar qué sentimiento es el que me invade ahora porque las hormonas me están regalando un viaje en montaña rusa... En resumen: el que hace esa labor que ninguna enfermera, por maravillosa que sea, puede suplir completamente. Y ojo, que no he entrado en el tremendo contra que supone no pillar ni media en caso de que haya cualquier complicación o se lleven a mi niña y yo no sepa si pasa algo o es una prueba rutinaria... pero parece que la barrera lingüística y cultural no es motivo suficiente para hacerle un hueco en la habitación.
¿Sobreviviré? Por supuesto, no estoy hablando de que sea un tema de vida o muerte, ya sé que puedo con eso y más y que voy a estar súper cuidada seguro, pero sí, aunque no les vaya a hacer cambiar, hoy quiero reivindicar mi derecho como mujer y madre a no vivir este momento en soledad, porque en este país se considera que mi marido puede perjudicar la "seguridad, comodidad e higiene" del lugar y decenas de imágenes molonas proyectadas en la pared de mi habitación no lo sustituyen.

Quizá haya muchas que lean esto y piensen que su experiencia de la maternidad no tiene nada que ver con mi relato, pero eso no lo convierte en falso, de la misma manera que el hecho de que haya hombres maltratadores, opresores y machistas no es excusa para decir que todos lo son ni es motivo para excluirlos de la lucha por nuestros derechos. Reivindicamos la igualdad y lo que veo en las redes con demasiada frecuencia es que muchas mujeres están haciendo con los hombres justo lo que denuncian que se ha hecho con nosotras a lo largo de los siglos: despreciarlos, marginarlos e infravalorarlos.
Hoy siento la necesidad de decir bien alto que, en la realidad de mi vida, los hombres suman y no restan, que las personas de sexo masculino con las que me relaciono no son mi enemigo, sino que son una ayuda enorme, igual que las mujeres que tengo cerca.
Este es el que considero el verdadero feminismo y con el que me siento identificada: Creo que juntos somos mejores.