jueves, 13 de diciembre de 2018

INTRAVISTA

Para responder a muchas de las preguntas que me habéis ido haciendo a lo largo de estos meses, creo que lo mejor sería conceder una entrevista y, como no hay quien me la haga, pues me voy a hacer esta especie de entrevista boomerang. Suena un poco egocéntrico, pero ante la falta de recursos, creatividad:
  • Miriam: Buenos días y muchas gracias por autoconcederme esta entrevista, ¿me permites que me tutée?
  • Una fallera con kimono: Hola, buenos días, ¡por supuesto!, hay confianza, al fin y al cabo me conozco de toda la vida.
  • M: Ya son casi 9 meses en Japón ¡se dice pronto! Comentaba últimamente que echo de menos la comida española y que estaba un poco saturada de la alimentación autóctona. Intentando distanciarme de mi situación de empacho actual: de las comidas niponas que he probado, ¿cuál es mi preferida? 
  • F: ¡Buff!, ¡Qué pregunta más complicada me hago! La verdad es que en Valencia ya había probado bastantes cosas japonesas: yakitori, gyoza, ramen, gyudon, takoyaki, yakisoba (de verdad, no el kakasoba ese de bote), okonomiyaki, somen, kare, hyashichuka... Y creo que de todos me quedaba con la dashimakitamago, una tortilla dulce que no es un plato en sí, se usa como acompañamiento, pero me encanta. ¿Qué ha pasado al llegar aquí? Pues mira, lo mismo que me pasó a mí cuando sacaron el gazpacho artesano de Mercadona 😅: Como aquí venden la tortilla esa hecha, pues ya no la hacemos en casa. ¡Por supuestísimo que está más buena la de mi marido! (igual que está más bueno el gazpacho casero), pero el ahorro de tiempo y de limpiar cacharros nos empuja a la tentación de la comida precocinada...

De la comida "nueva" que he probado aquí, me quedo con el shabu-shabu. Lo que me gusta de esta comida no es sólo el sabor, es la forma de comerlo: te sirven rodajas megafinas de carne, también puedes pedir verduras, setas, tofu.. y ponen delante una olla con caldo hirviendo que está al fuego todo el tiempo y cada uno va cocinando lo suyo, luego se moja en una salsa -a veces hay varias para elegir- y, como siempre, se acompaña de arroz. Aquí el arroz se utiliza de la misma forma que en España utilizamos el pan en las comidas, en pocas palabras: pa' to'. El yakiniku se come de forma similar pero, en lugar de ponerlo en caldo, se hace a la plancha y también está muy bueno ¡Ya podrían importar eso a España! Como comida de invierno, que también recomiendo probar, el nabe sería el "cocido japonés" (me quedo con el nuestro sin dudar). A los niños les chifla ir al kaitenzushi, eso sí, ninguno comemos nada de pescado crudo, pero el aliciente de ir "cazando" los platos de la cinta les motiva mogollón, y mi pequeña devora los oniguiris sin pestañear, es la que más disfruta de la comida japonesa, las algas se las come como si fueran papas.

  • M: ¡Madre nuestra, cuántas comidas! ¿Qué consejo le daría a alguien que no tiene ni idea de la gastronomía de Japón y va de visita, cómo puede elegir qué comer?
  • F: A ver, Google ahora es el guía turístico por excelencia, pero la eficacia japonesa supera a la tecnología: En España, tenemos los menús esos típicos de fotos de platos combinados en los que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Pues aquí tienen el sampuru, que son réplicas de plástico de cada plato, tan exactas, que yo al llegar aquí dudaba de si era comida disecada o algo por el estilo. Es alucinante lo realistas que son, y están en los escaparates de todos los restaurantes, así que, si no entiendes el japonés, elige lo que te entre por el ojo. Eso sí, si quieres librarte de la sorpresa de encontrarte un plato picante, que eso con la vista no se aprecia, puedes aprenderte cómo se dice en japonés para preguntar antes de pedirlo. Es muy muy fácil de recordar, "picante" se dice "karai". Te digo yo que, si no te acuerdas de cómo se dice para preguntarlo, ya te acordarás si te arde la boca cuando pruebes el primer bocado.
  • M: La pregunta del millón: ¿cómo me manejo con los palillos?
  • F: La verdad es que bastante bien, he de decir que a lo largo de mi infancia y juventud, muchos domingos pedíamos comida china en casa de mis padres y algo de práctica tenía. Además, llevar más de 10 años casada con un pseudoniponés, también hace. De hecho recuerdo que de recién casados, para que aprendiera a usarlos bien, mi marido me ponía a separar los guisantes del arroz tres delicias y parece que de algo sirvió. No llegan a ser una extensión de mis dedos, como parece que les sucede a los asiáticos, pero vaya, que ya hay veces me siento más cómoda con los palillos que con el tenedor. 
  • M: ¿Y mis hijos?
  • F: Para las peques existen palillos "de aprender", que van unidos y tienen dos anillitas para meter los dedos. Los chicos, aunque al principio en el cole, cuando vieron el arte que tenían para usarlos, decidieron ponerles tenedor, ya se apañan bastante bien con "los de mayor". Para ellos es un reto más y, como tantos otros, lo están superando poco a poco con esfuerzo .  

  • M: Y para cortar la carne, ¿no echo de menos el cuchillo?
  • F: Aquí está todo pensado y preparado para comer con ashis, así que los platos se sirven ya con los alimentos cortados tamaño "bocado", la verdad es que es muy práctico, como casi todo lo que hace esta gente.
  • M: Dejando ya la comida de lado y cambiando de tema, en comparación con España ¿qué me ha llamado más la atención, a nivel físico/visual, al llegar a Japón?
  • F: Mira, ya que la pregunta me la he formulado así, aprovecho para decir que eso: que vivo en Japón.
  • M: ¿Cómo? No me entiendo...
  • F: Pues eso, que yo antes vivía "en Valencia" y, al convertirme en inmigrante, me he mudado "a Japón": de pronto ya no soy de una ciudad, soy de un país. Es algo que veo que está muy generalizado, cambian los límites de las fronteras. Incluso cuando contacto con otros valencianos o con mi familia, hablamos de cuando volvamos "a España" o vengamos "a Japón". Algunas personas ni saben que vivimos en Yokohama, saben que residimos en Japón y ya está. 
  • M: Dicen que los paisajes japoneses son impresionantes, ¿cuál es mi opinión?
  • F: Ya he dicho varias veces que lo que conozco de estas islas es muy limitado, pero he visto de todo. En primer lugar hay dos cosas que me dan mucha rabia: por un lado la masificación, da igual donde vayas, a qué hora y si es campo, playa o ciudad: petación máxima always forever y eso resta mucho encanto la mayoría de las veces. Por otro, una de las cosas que me gusta de viajar en coche es justamente ver el paisaje y aquí los señores japoneses han decidido poner unos muracos enormes a lo largo y ancho de toooodas las carreteras que parecen las anteojeras de los caballos y me hacen sentir como si estuviera dentro de la peli El Corredor del Laberinto o cualquiera de esas de zombies. Soy una enamorada del paisaje ibérico, así que si me pides que compare, tengo claro con qué me quedo, pero si hay algo que me ha cautivado, sin duda es el Fuji... es diferente a cualquier vista que haya disfrutado antes, es majestuoso, imponente y supongo que no me deja indiferente el hecho de que sea un volcán, eso es algo extraordinario para mí. Además se hace el remolón y no es fácil conseguir verlo, parece que casi siempre lo rodea una neblina, lo que hace más especial cada ocasión que tenemos de contemplarlo.

  • M: Para terminar: ¿cómo definiría a los japoneses? 

  • F: Eso es como preguntarme cómo definiría a un español... hay de todo, pero desde luego si hay algo que los caracteriza como cultura es el respeto, lo hacen todo con una delicadeza y una atención que no deja indiferente. El problema es que el ser tan excesivamente educados, a veces les causa problemas de relación, sobre todo a nivel internacional. Por ejemplo, no saben decir que no. Hay una frase que dice siempre mi marido que me hace mucha gracia y creo que los define súper bien: "Si un japonés te dice "sí", quiere decir "a lo mejor"; si te dice "a lo mejor", quiere decir "no", y si te dice "no", es que no es japonés."
  • M: Muchas graciar por mi tiempo, ha sido un placer.
  • F: El placer es mío. Nos vemos en el espejo. ¡Sayōnara!

viernes, 30 de noviembre de 2018

ESPAÑA DE MIS AMORES

Este mes creo que ha sido el peor en cuanto a morriña se refiere. Hay taaantas cosas que echo de menos... pero me propuse ser agradecida, así que voy a intentar no quedarme en lo negativo:
  1. Echo de menos el sol. Aquí el cielo azul se hace el remolón, está constantemente nublado y a las 16:30 es de noche. Qué mal lo llevo😞. Pero bueno, sin tanta lluvia no sería posible la explosión floral de nuestro jardín, así que la dejaremos caer. Eso sí, reivindico que la bandera que debería tener un solaco, es la nuestra y no la suya...
  2. Echo de menos a mi familia, en lo afectivo y en lo práctico. Que mis hijos jueguen con sus primos, las comidas familiares, saber que con hacer una llamada tengo ayuda si lo necesito... Aunque no voy quejarme muy alto que, con las nuevas tecnologías, España está más cerca. Siempre pienso cuando los mejores amigos de mis suegros me contaron que su regalo de las primeras navidades que pasó la familia de mi marido aquí hace 30 años, fue llamarles por teléfono y nosotros ahora podemos hacer hasta videollamada y gratis, así que 😶.
  3. Echo de menos a mis amigos, charrar, salir a cenar o cenar en casa y pegarnos unas risas, irnos de escape room... Aquí tenemos la posibilidad de hacer barbacoa en el jardín incluso con lluvia, que no está nada mal, y la gente nos ha acogido muy bien, además, con la multiculturalidad que nos rodea, tengo la posiblidad de practicar el inglés y el italiano y hacer mis primeros intentos de japonés. Al final me hago un lío y, pa lo poco que sé de cada uno, los acabo mezclando, pero bueno, espero no perder el español al menos. 
  4. Echo de menos los planes de pensat i fet. Son los mejores, sin duda. A veces nos sale alguno, pero son más "autoplan": nosotros nos lo guisamos, nosotros nos lo comemos.
  5. Echo de menos ejercer de maestra, ver a mis alumnos emocionarse aprendiendo, poner en práctica las mil ideas que me rondan la cabeza, ir a formaciones presenciales... Pero este tiempo me está sirviendo para aprender y formarme de otra manera, ¡incluso estoy haciendo un Máster online! Espero volver con las energías renovadas y no puedo negar que tengo más posibilidades de pasar tiempo con mis hijos, y eso no tiene precio.
  6. Echo de menos el tráfico fluido, poder hacer 20 kilómetros en menos de una hora. Pero, oye ¡la de productivas que son las horas de lectura en el coche! ¡¡Ya voy por el 5º libro de Harry Potter en inglés!!😁, no todo es negativo.
  7. Echo de menos la alegría sonora, el ruido del bar de abajo, una traca en domingo, oír un "¡Goool!" por la ventana un día de partido... Y, por mucho que me haya quejado cuando estaba en Valencia, echo de menos las tardes de entrenamiento y los sábados de partido de rugby de mis hijos. No voy a negar que es maravilloso oír el canto de los pájaros o incluso los grillos, vamos, he disfrutado hasta el sonido de las ventoleras del tifón.
  8. Echo de menos ir al supermercado y al Mercado Central: Ir a comprar y entender todo lo que pone en los paquetes, saber qué es cada cosa y poder ir andando al súper... Estoy ejercitando mi sentido de la intuición y con la ayuda del traductor de Google voy salvando obstáculos.
  9. Echo de menos pasear por Valencia. El trayecto de mi casa al centro, cruzar el río, andar por el Carmen, pasear en familia sin aglomeraciones... A pesar de que Japón me gusta menos, nuestra zona es muy bonita, incluso al lado de mi casa tenemos un amago de río Turia, ¡con runners incluidos!
  10. Echo de menos la comida española. Creo que he llegado al límite de cantidad de comida japonesa que mi cuerpo puede ingerir y ahora estoy en plena fase de desintoxicación a base de dieta mediterránea: arroz al horno, cocido, tortilla de patata...todo lo que huela a hogar dulce hogar me vale. Sueño con fideuà, tellinas, ¡unas buenas chuletas! (aquí el cordero huele y sabe ¡aagghh!).Ya recuperaré el tiempo perdido...😋

martes, 20 de noviembre de 2018

TURISMO DE RESIDENTE

Y es que no es lo mismo venir de viaje que estar viviendo aquí. Vamos, que en 8 meses he visto menos de Japón que la gran mayoría de gente que viene para 15 días. Aún así no me puedo quejar, porque algo de turismo hemos hecho. Como ya he comentado en otras ocasiones, el problema de este país es que las distancias aquí son al más puro estilo Oliver y Benji: sabes que el destino está ahí, pero parece que por mucho que corras, la portería siempre está a la misma distancia. Para que os hagáis una idea, vivimos a unos 25 kilómetros del centro de Tokyo y tardamos ¡una hora! Es otra de las desventajas de ser residente y no turista, porque los turistas se mueven en Shinkansen (el tren bala), ya que la mayoría vienen con el Japan Rail Pass, un pase que les permite moverse por todo Japón con una tarifa plana. ¿Que por qué no nos lo compramos nosotros? ¡Porque es sólo para turistas! Hay que comprarlo antes de venir y nosotros, al tener visado de residente, tururú, no nos lo dan y nos sale cada trayecto por más de 100€.  Mi marido sí que lo coge con frecuencia por tema de trabajo, pero yo aún no he tenido el placer de subirme al Ave japonés.
En fin, que mi intención no es ponerme en plan reivindicativo, sino contaros un poco qué es lo que hemos conocido de Nipolandia en estos meses (si queréis información de calidad, os recomiendo la página de Japonismo, lo mío no pretende ser una guía turística). Hoy no voy a hablaros de parajes naturales, ni de experiencias concretas, sino de las 4 ciudades "típicas" que hemos tenido la suerte de conocer.
  1. Yokohama: Es la ciudad donde vivimos, aunque lo que os voy a enseñar es la parte turística, que está como a 20 minutos en coche de nuestra casa (para que os hagáis una idea, es la segunda ciudad más habitada del país, por detrás de Tokyo, y su población cuadruplica la de Valencia...telita). Lo más famoso es el puerto, conocido como Minato Mirai, una zona de rascacielos donde se encuentra el segundo edificio más alto de Japón, Yokohama Landmark Tower, que roza los 300 metros de altura, con su típica noria (los japoneses plantan una noria allá donde hay posibilidad) y un pequeño parque de atracciones.
    Al ladito está su famoso barrio chino (un barrio chino de verdad, no penséis en su homónimo valenciano), lleno de restaurantes y tiendas donde te leen la mano, farolillos, dragones... Es curioso que, dado que físicamente no había mucho contraste, la diferencia más chocante para mí fue el cambio de olores desde el momento en el que pasas uno de sus cuatro arcos de entrada.
  2. Tokyo: Valencia en Fallas. Plaza del Ayuntamiento. Hora de la mascletà. Eso es Tokyo. Petao, petao, petao. De día, de noche, con sol, con lluvia, un domingo, un miércoles...¡Uff! Yo entiendo que llama la atención, que para los occidentales es algo muy diferente a hacer turismo en España, que atrae la mezcla de tradición y futurismo, pero yo no vivía ahí ni cobrando. Aunque por desgracia lo de las masificaciones es algo común en todo Japón. Hay una cifra que me dijo mi marido que creo que os puede ayudar a haceros una idea del asunto: 5 personas por metro cuadrado, ¡5!😨. Vamos, que pasa el metro cada dos minutos y a veces no cabes. Una fiesta loca. Hay montones de sitios chulos pero eso, hazte a la idea de que siempre vas a estar bien acompañado. Mis preferidos: el templo sintoísta Meiji-Jingu. Me impresionan sus torii de madera, de unos 10 metros de altura, y también el hecho de que, en medio del barullo de la ciudad,  haya un bosque de árboles enormes donde por un momento te olvidas de que estás dentro de la metrópolis más poblada del planeta (eso sí, no lo imagines en plan oasis, que la marea humana acompaña allá donde vayas).
    Odaiba, una isla artificial a la que llegas cruzando el Rainbow Bridge, un puente colgante, del palo del Golden Gate de San Francisco, que cuenta con un gran abanico de posibilidades de ocio: museos, centros comerciales, atracciones... Tiene desde un Gundam  (un robot tipo Transformer) "tamaño real", de 17 metros, hasta una réplica en miniatura de la Estatua de la Libertad, pasando por un centro comercial que recrea una ciudad italiana del Renacimiento. Parece que hayan querido traerse trocitos de Occidente a Oriente. Como curiosidad, el metro que llega hasta esta isla (la línea Yurikamome),¡funciona sin conductor! 
    En el barrio de Asakusa tenemos el templo budista Senso-ji, que para mí es el más curioso de ver, no sólo por el templo y la pagoda que lo acompaña, sino por Nakamise-dori, la calle que llega hasta él, muy característica, llena de tiendecitas de souvenirs. Vamos, si quieres ver algo tradicional, este es un buen lugar.
    La Tokyo Skytree. Aunque "la de siempre" es la Tokyo Tower -copia de la torre Eiffel, que a estos japos les va mucho lo de plagiar ideas de otros- que este año ha cumplido 60 años, la molona de verdad es esta otra mucho más reciente, inaugurada en 2012, que alcanza los 634 metros de altura, siendo la segunda estructura más alta del mundo. Vale un dineral y la cola es eterna (puede llegar a recibir 14.000 visitas al día, ahí es na) pero oye, con el ascensor en un minuto exacto llegas al primer mirador, a 350 metros del suelo, y las espectaculares vistas de esta inmensa ciudad compensan la espera y el desembolso (al menos una vez en la vida).

  3. Osaka: Conocí muy poco de esta ciudad, pero es de la única que he disfrutado algo de la "vida nocturna" en la famosa zona (que yo no había oído en mi vida, hasta que fui) de Dotonbori. Además de las luces y la curiosa forma que tienen las tiendas de poner que abren hasta las 4 de la mañana, me llamó la atención los pulpos gigantescos que ponían en las paredes y puertas de los restaurantes donde hacían Takoyaki (unas bolitas de pulpo que están buenísimas y que, curiosamente, probé por primera vez en Londres, y no aquí). No nos dio tiempo a visitar el castillo, así que volveremos seguro.
  4. Kyoto: Como ya os he dicho más de una vez, nunca me había interesado en conocer nada sobre Japón más allá de lo que me contaba mi marido, así que, como por lo único que me sonaba era por lo del "Protocolo de Kioto" que habla sobre la emisión de gases de efecto invernadero, me esperaba una gran urbe del estilo de la capital del país, llena de enormes edificios y contaminación. Os podéis imaginar mi grata sorpresa al descubrir que es todo lo contrario: Kyoto es la "Ávila" de la isla, con un Patrimonio Cultural impresionante. Se nos ocurrió ir en la Golden Week, la semana en la que más desplazamientos hay en este país, así que imaginaos lo fluido que iba el tráfico y lo solitos que estábamos...🙈 ¿A que resulta creíble al ver esta foto?
    En próximas entradas hablaremos de Kintokiyama, Enoshima, Nokogiriyama, Nikko, Hakone y otras zonas más "naturales" que, aunque no exentas de apelotonamiento humano, me han gustado mucho más.

lunes, 29 de octubre de 2018

YA LLEVAMOS MÁS DE UN CUARTO

El mes pasado se cumplió medio año desde que aterrizamos en tierras japonesas por primera vez, una cuarta parte del tiempo total que vamos a pasar en este país. Ya hemos conocido la primavera y el verano nipón y el cambio de color de las hojas nos anuncia que el otoño comienza, con la belleza del momiji que tanto me apetece disfrutar.

Sólo puedo decir que no soy la misma que salió del aeropuerto de Manises hace más de 7 meses: Japón me ha cambiado. No sé decir exactamente en qué o cómo, de hecho no creo que sea tanto el hecho de estar en este país en particular, sino el haber salido de mi nido, de la comodidad de mi rutina y costumbres de siempre. Ya dije que no me gusta contar mucho de lo interior, pero este verano he sabido de varias personas a las que les ha ayudado que hable también de la "cruda realidad" y me han pedido que lo siga haciendo, así que con la misma intención de si puede servirle a alguien, hago el esfuerzo y cuento aquello menos agradable y más difícil de expresar para mí, porque forma parte de experiencias bastante íntimas que me cuesta dejar expuestas en un blog...

Creo que venir aquí me ha salvado, a mí y a mi familia. Mucha gente me califica de "valiente", de "súper mamá" y otros adjetivos con los que no me siento identificada para nada. Soy miedosa,  indecisa y una madre bastante histérica, por no hablar de que, aunque es cierto que me encanta pasar tiempo con mis hijos y hacer cosas con ellos, la realidad es que a lo que tiende mi ser es a buscar espacios "sólo para mí" donde ni ellos ni nadie me molesten. Todo esto viene porque hay épocas en las que me saturo, creo que no puedo más y todo me supera, si a eso le añades una buena dosis de crisis, pues el resultado que sale de mis fuerzas es mandarlo todo a tomar viento. Y con una tormenta interior de semejante calibre, me tocó mudarme a las antípodas. Y no fue fácil. Para nada. No tenía fuerza ni motivación para sacar los pies de la cama y levantarme (ojo, que duermo con un colchón en el suelo, y el recorrido para ponerse de pie desde ahí abajo se hace más duro todavía), y más con la soledad psicológica de que en España a la gente no le sonaba el despertador hasta mis 4 de la tarde. Eso por no volver a nombrar la barrera del idioma que tanto me bloqueó al principio. Lo peor de todo -que ahora, con distancia, puedo decir que fue "lo mejor", porque me obligaba a salir de mí misma- era que no vivo sola y no podía permitirme el lujo, ni aunque quisiera, de esconderme en las sábanas a llorar mis penas todo el día, porque hay cuatro enanos bananos que reclaman mi presencia constantemente. El problema era que, por fuerte que suene, en ese momento mis hijos me molestaban, porque sentía que me robaban la vida y el aliento. Además, en esa época se estaban portando fatal, a pataletas y discusiones a todas horas y en una casa sin apenas juguetes, ni televisión, ni libros, ni nada de nada, se hacía insufrible.  Creo que, sobre todo cuando estamos mal, tendemos a pensar que los demás tienen una vida 100% ideal de la muerte y, si nos ponemos a darle vueltas al coco (tengo un doctorado en eso), ansiando lo que no tenemos, una de las consecuencias más probables es que dejemos de disfrutar de lo que sí tenemos y, todavía peor, cuando el corazón está así, triste y frustrado, la alegría ajena se convierte incluso en molestia. Cuando, al mirar alrededor, vemos un mundo lleno de Mrwonderfulismo: "Si puedes soñarlo, puedes hacerlo", "Si te esfuerzas, no habrá sueño que se te resista", etc., etc. se produce un cortocircuito al ver que eso a nosotros no nos pasa, que esas máximas no son reales ni se cumplen siempre, porque una cosa es ser optimista, esforzándote y con los pies en la tierra, y otra cosa es el mundo de Yupi donde sólo hay que desear algo con mucha intensidad para que ocurra. Pues no, no ocurre, y ¡menos mal! Cuántas cosas recuerdo haber querido con todas mis fuerzas, creyendo que eran lo mejor para mí y ahora con distancia respiro aliviada porque no se cumplieron.

Al grano, que me voy por las ramas. Y, ¿por qué digo que venir a Japón "me ha salvado"? Porque estar aquí me impidió hacer lo que el alma me pedía a gritos en ese momento: salir corriendo, huir, vivir mi vida, sin responsabilidades, sin obligaciones, lo que yo, erróneamente, creía que era ser libre. "Conoceréis la Verdad, y la verdad os hará libres" dijo Alguien una vez... y la cuestión es que a ese "Alguien" yo lo tenía completamente apartado, no quería saber nada de Él, estaba enfadada por varias razones, porque no entendía Su manera de hacer las cosas y además esa "Verdad" era molesta para mí. Me he pasado meses rebotada (sí, aunque sea cristiana, muchas veces dudo, me cuestiono, me rebelo o no veo nada y me siento perdida. Así estaba...), porque lo pasaba todo por el filtro de la razón y, aunque Fe y Razón van muy unidas, había muchas cosas que me parecían incluso absurdas o ridículas y mi reacción fue retirarle la palabra a Ese al que hasta me incomodaba nombrar. Ha sido -está siendo- un proceso muy lento, pero hay tres puntos que han sido cruciales para empezar a sacar los pies del barrizal: 1º, la oración y, como podréis suponer con el panorama que acabo de relatar, evidentemente no fue la mía, sino de la poca gente que, conociendo como estaba, rezó por mí. Y ¿por qué sé que es consecuencia de esto? Porque, al no salir de mí, no había "racionalización" posible, no podía justificar que era el resultado de una autosugestión. 2º: Puedo negar y renegar, no ver nada o no querer verlo, pero lo que no puedo cuestionar es lo que Él ha hecho en mi vida a lo largo de los años. Eso era lo que, en el fondo de mi corazón, me mantenía ahí, aunque fuera pendiente de un hilo. 3º: La naturaleza. Ese ha sido un punto muy importante de "conexión". De la misma forma que si veo una ilustración que me gusta o leo un libro que me impacta, tengo ganas de conocer más sobre el autor, me daba cuenta de que, por muy esplendoroso que sea un templo, un puente o una escultura, no hay belleza que supere el sonido de un arroyo, la majestuosidad de una montaña o la delicadeza de una flor, y ese ha sido uno de los encantos con los que su Autor empezó a reconquistarme. Me resulta bonita y curiosa la comparación con el Shinrin-yoku, la costumbre japonesa de reponerse sumergiéndose en la naturaleza. ¿Casualidad? No lo creo.

He aprendido que en ocasiones es necesario rendirse, asumir que no podemos hacerlo todo solos y necesitamos ayuda, que hay cosas que no se pueden cambiar, aceptar que nos equivocamos y somos imperfectos y aun así hay Alguien que lo ha dado todo por nosotros. Y, en vez de gruñir porque aquí el freno de mano está en el pie, la sal no sala y el azúcar no endulza como en España, de irritarme porque quería poner el intermitente y he accionado el limpiaparabrisas o protestar porque me gustaría acompañar a mi hermana a elegir su vestido de novia y no puedo, valorar el inmenso regalo de que, irónicamente, estar lejos me ha acercado a mi familia y ha hecho que me vuelva a enamorar de ella.

A veces hace falta que aparezca un vecino en tu puerta con un racimo de uvas tamaño XXL como orei (agradecimiento) por algo tan sencillo como que has apartado tu coche para que pueda podar los árboles de su jardín, para recordar que tengo mil razones por las que estar agradecida a Dios.

lunes, 8 de octubre de 2018

¿QUIÉN DIJO MIEDO?

Ahora que se acerca Halloween (es que estos japoneses no hay fiesta nacional o internacional que no celebren, luego dicen de los españoles), estaba yo pensando en todo ese tipo de situaciones o curiosidades que me dan un poco de mal rollete por estas tierras:
  • Mala suerte: Mientras que en España es el 13 el número con mala fama, aquí le tienen manía al 4, porque se llama "shi", que también significa "muerte" (de hecho tienen una segunda manera de decir 4, que es "yon"). Algunos hospitales y edificios no tienen planta cuarta o habitaciones con este número. Menos mal que no soy supersticiosa, porque acabo de darme cuenta que la guardería de mis hijas está en un cuarto piso...
  • Imprevistos: Hay otro tipo de miedo que no es el de "yuyu", si no el del estilo de "Oh my God! ¡No sé qué está pasando, no puedo controlar la situación!" y es que, estando en Osaka, me fui con dos amigas a cenar, ninguna de las tres sabíamos japonés y la que más tiempo había vivido en el país llevaba algo más de medio año, ¡ahí, a la aventura! La cosa es que buscábamos aparcamiento y vimos uno que era como la típica entrada de garaje, entramos lentamente, dudando de si era un párking o un limpiacoches y paramos delante de la persiana metálica, mirando al chico de turno que trabajaba allí con la duda de si nos habíamos equivocado. Esperamos impacientes e inseguras a ver si nos abría y, en vez de eso, se encaminó directamente hacia nuestro parabrisas, a lo que las tres reaccionamos con un "¡Noooo!" a grito pelao (en mi cabeza tengo el recuerdo a cámara lenta, en plan película, con voz grave y las caras de histéricas en primer plano) mientas hacíamos gestos con la mano intentando impedir que empezara a limpiarnos el cristal con...estoooo... ejem...¿un ticket? Casi nos morimos de la vergüenza cuando vimos que lo enganchaba en el limpiaparabrisas y nos indicaba que nos apeáramos del vehículo para que lo aparcara él. Bajamos del coche lo más dignas que pudimos y acabamos llorando de la risa sólo de pensar en lo absurdo de la situación. 
  • Espanto: He experimentado por primera vez un tipo de miedo que nunca había sentido: Pánico. Pánico es despertarte en mitad de la noche convencida de que está habiendo un terremoto descomunal y no puedes ayudar a tus hijos, que están en el piso de arriba. Tardé 5 segundos en darme cuenta de que era una pesadilla y, por mucho que mi marido intentara calmarme, la taquicardia y el tembleque no se me iba del cuerpo. La parte buena fue que me sirvió para poder sentarme con los dos mayores y explicarles qué debían hacer en caso de que ocurriera algo así de noche. Ya creía yo estar curada de espanto, cuando de pronto una madrugada, hace poco, los móviles y la tablet de casa empezaron a sonar con una alarma estridente mientras decían algo en japonés al unísono y en la pantalla aparecía un mensaje del que yo sólo entendía: "Alerta de emergencia". Le pregunté insistentemente a mi marido qué estaba pasando y él, con su calma chicha de costumbre, me contestó: "Está diciendo: ¡Es un terremoto, es un terremoto!". "Pero, ¡¿Qué hacemos?!" -tranquila no estaba, lo admito- ¡¿Va a haber un terremoto?!". Creo que era peor la incertidumbre de no saber si de un momento a otro todo iba a empezar a sacudirse con violencia, que si realmente hubiera empezado el temblor sin saberlo, porque tampoco podíamos hacer nada. Me explicó que suenan estas alertas en los móviles cuando se espera que haya un seísmo de categoría 5 o superior. Pero, al parecer, los japos, aunque poco, también se equivocan. 
  • Defunciones, muertes y muchas de las costumbres que rondan este tema. Por ejemplo, si venís por aquí, ni se os ocurra poner los palillos clavados verticalmente en el cuenco de arroz en público -práctica que acostumbro a hacer a diario- porque así es como se presenta el arroz a los muertos en las ofrendas funerarias. Siempre le digo a mi marido que se les van a ir las ganas de ofrecerles más el día que se encuentren el bol vacío (cosa que, por otro lado, tampoco será extraño que suceda, dado que los cementerios aquí -a diferencia de en nuestra tierra donde los camposantos suelen estar bien "amurallados" y a las afueras- están en espacios abiertos, en cualquier lugar de la ciudad o la montaña, normalmente en sitios con vegetación y donde seguro que hay animalillos a los que un plato de arroz les parece de lo más apetecible). Parece que, en ese sentido, se enfrentan a la muerte de una forma mucho más natural que nosotros. Tampoco está bien visto pasar la comida con tus palillos directamente a los de otra persona, ya que está relacionado con otro ritual funerario: después de la incineración del cadáver, los familiares recogen los huesecillos que quedan y se los van pasando de uno a otro hasta depositarlos en la urna. Sabiendo esto, la verdad es que se van las ganas de hacerlo ¿a que sí? al menos el hambre se va de un plumazo...
  • Otros: Bueno, no sé si es miedo o asco, creo que me decanto por lo segundo, pero es que aquí hay unos arañones de impresión, por no hablar de las pedazo mantis religiosas que son capaces de cargarse a una chicharra que les dobla el tamaño con una parsimonia que abruma. Bichitos de Dios...



viernes, 14 de septiembre de 2018

PROS Y CONTRAS

Que apenas existan olivos en Japón mola si, como yo, tienes alergia al polen de este árbol y te has librado de una primavera infernal como la del año pasado😅, peeero conlleva que el aceite de oliva sea importado de Italia ("envasado en España", ma que son listos) y que el precio esté por las nubes. Como esto, hay otras muchas cosas que no son blancas o negras: 

  
MOLA PORQUE 
PEEEERO..... 
Fujitsu: El silencio 
Hay paz y tranquilidad allá donde vayas 😑 (hasta en un McDonald's o en una abarrotada calle del centro de Tokyo), se puede estudiar tranquilamente en una cafetería y te ahorras muchos sobresaltos. 
¡Falta el ambientillo, ché! Y si estás en un restaurante y la cena está animada o en el metro te quieres pegar unas risas con tu hermana, pues te tienes que aguantar para no desentonar (o pasar de todo, y que piensen lo que quieran). 
Que sean los más educados del mundo mundial 
Siempre da gusto que la gente sea cortés y agradable y, aunque a veces agobie tanto saludo, agradecimiento, disculpa etc... obviamente prefiero que se pasen de educados que de groseros. 
¿Qué ocurre cuando lo que para ti es buena educación, para ellos está mal visto y viceversa? Ejemplo práctico: Cuando te cuelga el moquillo, en España pensamos que mejor fuera que dentro, así que, sin armar una orquesta sinfónica nasal (bueno, depende de quién), pues nos sonamos con disimulo y listo, porque eso de estar sorbiéndote los mocos, como que no. Pues aquí al revés: Sorber=educado, sonarse=cochinada.   🤢
Living la vida en una casa con jardín 
¿¿En serio hace falta que diga el porqué mola??  
Tenemos a nuestras queridas amigas de 8 patas 🕷que, como buenas japonesas, son muy eficaces en su labor. Si su trabajo fuera tejerme suetercitos de lana, pues oye, muy agradecida, pero como lo que fabrican son otro tipo de telas a esas velocidades de vértigo, es un poco incómodo, por poner un ejemplo, tender la ropa por la mañana y que al ir a recogerla por la tarde parezca que la han decorado para Halloween...  
Nota mental: Si tienes jardín, y ni podas ni contratas jardinero, se convierte en la selva amazónica. 
No saber niponés 
La mayoría intenta hacerse de entender en japonés, el profesor de la guarde me habla en inglés y el pediatra en italiano, ¡voy a ser políglota! 
¡Ah! y hay miles de millones de papeles que rellenar del colegio, del vecindario, de la farmacia...  ¡Uys! Qué pena, no entiendo el japonés: 🗣¡Cariñoooo!  😏 
Yo pensaba: “¡Genial, en la clase de japonés me relacionaré con otros guiris como yo!” Y toda contenta que me fui esperando encontrar un aula llena de ojos redondos. Al entrar, creí que me había equivocado o que tenía 25 profesores todos para mí porque todas las miradas que recibía eran rasgaditas. Cuando me tocó presentarme, descubrí que mis compañeros eran chinos, coreanos, taiwaneses, filipinos, vietnamitas...vamos, que la única “extraasiática” era yo. Sé que es algo psicológico, pero tengo la sensación de que juego con desventaja (como si forma de los ojos favoreciera el aprendizaje del idioma...). 
Dar cera, pulir cera. 
Y es que, como su compatriota, el señor Miyagi, los japoneses tienen una santa paciencia que viene fenomenal, por ejemplo, cuando vas al médico y te lo explica tooodo todito tooodo, sin prisa pero sin pausa. Te pregunta, te escucha, te argumenta, resuelve tus dudas, ¡un lujazo! 
Es una pena no entenderles y que, después de mantener la mirada con cara de interés absoluto mientras te dan la pertinente explicación durante 5 minutos (asintiendo incluso, aunque no sepas qué narices te está diciendo), tu marido te lo traduzca en una frase del estilo: “Que te tomes estas pastillas y volvamos la semana que viene” 😒. Al final pienso que o es que meten muchas fórmulas de cortesía por en medio y se repiten como el ajo en las explicaciones, o es que me estoy muriendo y mi marido me lo quiere ocultar... 
En el Line de la guarde mandan todos los días mensajito en japonés de lo que han hecho durante el día. 
Acompañan el texto con fotografías y así voy viendo cómo se adaptan mis hijas, qué comen, quiénes son sus amiguitos... 
El traductor de Google es un alma libre que hace una interpretación aleatoria de los textos que le metes: “Todo el mundo estaba feliz de ser flojo porque había algo que fue hace mucho tiempo”, “El bloque, una sierra que acumuló en él caída fue ovacionado” o “Amigo de la escoba de pollo que comenzó a irrumpir en el cuidado de niños a partir de hoy”, son algunas de las joyitas que me regala a diario.