lunes, 29 de octubre de 2018

YA LLEVAMOS MÁS DE UN CUARTO

El mes pasado se cumplió medio año desde que aterrizamos en tierras japonesas por primera vez, una cuarta parte del tiempo total que vamos a pasar en este país. Ya hemos conocido la primavera y el verano nipón y el cambio de color de las hojas nos anuncia que el otoño comienza, con la belleza del momiji que tanto me apetece disfrutar.

Sólo puedo decir que no soy la misma que salió del aeropuerto de Manises hace más de 7 meses: Japón me ha cambiado. No sé decir exactamente en qué o cómo, de hecho no creo que sea tanto el hecho de estar en este país en particular, sino el haber salido de mi nido, de la comodidad de mi rutina y costumbres de siempre. Ya dije que no me gusta contar mucho de lo interior, pero este verano he sabido de varias personas a las que les ha ayudado que hable también de la "cruda realidad" y me han pedido que lo siga haciendo, así que con la misma intención de si puede servirle a alguien, hago el esfuerzo y cuento aquello menos agradable y más difícil de expresar para mí, porque forma parte de experiencias bastante íntimas que me cuesta dejar expuestas en un blog...

Creo que venir aquí me ha salvado, a mí y a mi familia. Mucha gente me califica de "valiente", de "súper mamá" y otros adjetivos con los que no me siento identificada para nada. Soy miedosa,  indecisa y una madre bastante histérica, por no hablar de que, aunque es cierto que me encanta pasar tiempo con mis hijos y hacer cosas con ellos, la realidad es que a lo que tiende mi ser es a buscar espacios "sólo para mí" donde ni ellos ni nadie me molesten. Todo esto viene porque hay épocas en las que me saturo, creo que no puedo más y todo me supera, si a eso le añades una buena dosis de crisis, pues el resultado que sale de mis fuerzas es mandarlo todo a tomar viento. Y con una tormenta interior de semejante calibre, me tocó mudarme a las antípodas. Y no fue fácil. Para nada. No tenía fuerza ni motivación para sacar los pies de la cama y levantarme (ojo, que duermo con un colchón en el suelo, y el recorrido para ponerse de pie desde ahí abajo se hace más duro todavía), y más con la soledad psicológica de que en España a la gente no le sonaba el despertador hasta mis 4 de la tarde. Eso por no volver a nombrar la barrera del idioma que tanto me bloqueó al principio. Lo peor de todo -que ahora, con distancia, puedo decir que fue "lo mejor", porque me obligaba a salir de mí misma- era que no vivo sola y no podía permitirme el lujo, ni aunque quisiera, de esconderme en las sábanas a llorar mis penas todo el día, porque hay cuatro enanos bananos que reclaman mi presencia constantemente. El problema era que, por fuerte que suene, en ese momento mis hijos me molestaban, porque sentía que me robaban la vida y el aliento. Además, en esa época se estaban portando fatal, a pataletas y discusiones a todas horas y en una casa sin apenas juguetes, ni televisión, ni libros, ni nada de nada, se hacía insufrible.  Creo que, sobre todo cuando estamos mal, tendemos a pensar que los demás tienen una vida 100% ideal de la muerte y, si nos ponemos a darle vueltas al coco (tengo un doctorado en eso), ansiando lo que no tenemos, una de las consecuencias más probables es que dejemos de disfrutar de lo que sí tenemos y, todavía peor, cuando el corazón está así, triste y frustrado, la alegría ajena se convierte incluso en molestia. Cuando, al mirar alrededor, vemos un mundo lleno de Mrwonderfulismo: "Si puedes soñarlo, puedes hacerlo", "Si te esfuerzas, no habrá sueño que se te resista", etc., etc. se produce un cortocircuito al ver que eso a nosotros no nos pasa, que esas máximas no son reales ni se cumplen siempre, porque una cosa es ser optimista, esforzándote y con los pies en la tierra, y otra cosa es el mundo de Yupi donde sólo hay que desear algo con mucha intensidad para que ocurra. Pues no, no ocurre, y ¡menos mal! Cuántas cosas recuerdo haber querido con todas mis fuerzas, creyendo que eran lo mejor para mí y ahora con distancia respiro aliviada porque no se cumplieron.

Al grano, que me voy por las ramas. Y, ¿por qué digo que venir a Japón "me ha salvado"? Porque estar aquí me impidió hacer lo que el alma me pedía a gritos en ese momento: salir corriendo, huir, vivir mi vida, sin responsabilidades, sin obligaciones, lo que yo, erróneamente, creía que era ser libre. "Conoceréis la Verdad, y la verdad os hará libres" dijo Alguien una vez... y la cuestión es que a ese "Alguien" yo lo tenía completamente apartado, no quería saber nada de Él, estaba enfadada por varias razones, porque no entendía Su manera de hacer las cosas y además esa "Verdad" era molesta para mí. Me he pasado meses rebotada (sí, aunque sea cristiana, muchas veces dudo, me cuestiono, me rebelo o no veo nada y me siento perdida. Así estaba...), porque lo pasaba todo por el filtro de la razón y, aunque Fe y Razón van muy unidas, había muchas cosas que me parecían incluso absurdas o ridículas y mi reacción fue retirarle la palabra a Ese al que hasta me incomodaba nombrar. Ha sido -está siendo- un proceso muy lento, pero hay tres puntos que han sido cruciales para empezar a sacar los pies del barrizal: 1º, la oración y, como podréis suponer con el panorama que acabo de relatar, evidentemente no fue la mía, sino de la poca gente que, conociendo como estaba, rezó por mí. Y ¿por qué sé que es consecuencia de esto? Porque, al no salir de mí, no había "racionalización" posible, no podía justificar que era el resultado de una autosugestión. 2º: Puedo negar y renegar, no ver nada o no querer verlo, pero lo que no puedo cuestionar es lo que Él ha hecho en mi vida a lo largo de los años. Eso era lo que, en el fondo de mi corazón, me mantenía ahí, aunque fuera pendiente de un hilo. 3º: La naturaleza. Ese ha sido un punto muy importante de "conexión". De la misma forma que si veo una ilustración que me gusta o leo un libro que me impacta, tengo ganas de conocer más sobre el autor, me daba cuenta de que, por muy esplendoroso que sea un templo, un puente o una escultura, no hay belleza que supere el sonido de un arroyo, la majestuosidad de una montaña o la delicadeza de una flor, y ese ha sido uno de los encantos con los que su Autor empezó a reconquistarme. Me resulta bonita y curiosa la comparación con el Shinrin-yoku, la costumbre japonesa de reponerse sumergiéndose en la naturaleza. ¿Casualidad? No lo creo.

He aprendido que en ocasiones es necesario rendirse, asumir que no podemos hacerlo todo solos y necesitamos ayuda, que hay cosas que no se pueden cambiar, aceptar que nos equivocamos y somos imperfectos y aun así hay Alguien que lo ha dado todo por nosotros. Y, en vez de gruñir porque aquí el freno de mano está en el pie, la sal no sala y el azúcar no endulza como en España, de irritarme porque quería poner el intermitente y he accionado el limpiaparabrisas o protestar porque me gustaría acompañar a mi hermana a elegir su vestido de novia y no puedo, valorar el inmenso regalo de que, irónicamente, estar lejos me ha acercado a mi familia y ha hecho que me vuelva a enamorar de ella.

A veces hace falta que aparezca un vecino en tu puerta con un racimo de uvas tamaño XXL como orei (agradecimiento) por algo tan sencillo como que has apartado tu coche para que pueda podar los árboles de su jardín, para recordar que tengo mil razones por las que estar agradecida a Dios.

lunes, 8 de octubre de 2018

¿QUIÉN DIJO MIEDO?

Ahora que se acerca Halloween (es que estos japoneses no hay fiesta nacional o internacional que no celebren, luego dicen de los españoles), estaba yo pensando en todo ese tipo de situaciones o curiosidades que me dan un poco de mal rollete por estas tierras:
  • Mala suerte: Mientras que en España es el 13 el número con mala fama, aquí le tienen manía al 4, porque se llama "shi", que también significa "muerte" (de hecho tienen una segunda manera de decir 4, que es "yon"). Algunos hospitales y edificios no tienen planta cuarta o habitaciones con este número. Menos mal que no soy supersticiosa, porque acabo de darme cuenta que la guardería de mis hijas está en un cuarto piso...
  • Imprevistos: Hay otro tipo de miedo que no es el de "yuyu", si no el del estilo de "Oh my God! ¡No sé qué está pasando, no puedo controlar la situación!" y es que, estando en Osaka, me fui con dos amigas a cenar, ninguna de las tres sabíamos japonés y la que más tiempo había vivido en el país llevaba algo más de medio año, ¡ahí, a la aventura! La cosa es que buscábamos aparcamiento y vimos uno que era como la típica entrada de garaje, entramos lentamente, dudando de si era un párking o un limpiacoches y paramos delante de la persiana metálica, mirando al chico de turno que trabajaba allí con la duda de si nos habíamos equivocado. Esperamos impacientes e inseguras a ver si nos abría y, en vez de eso, se encaminó directamente hacia nuestro parabrisas, a lo que las tres reaccionamos con un "¡Noooo!" a grito pelao (en mi cabeza tengo el recuerdo a cámara lenta, en plan película, con voz grave y las caras de histéricas en primer plano) mientas hacíamos gestos con la mano intentando impedir que empezara a limpiarnos el cristal con...estoooo... ejem...¿un ticket? Casi nos morimos de la vergüenza cuando vimos que lo enganchaba en el limpiaparabrisas y nos indicaba que nos apeáramos del vehículo para que lo aparcara él. Bajamos del coche lo más dignas que pudimos y acabamos llorando de la risa sólo de pensar en lo absurdo de la situación. 
  • Espanto: He experimentado por primera vez un tipo de miedo que nunca había sentido: Pánico. Pánico es despertarte en mitad de la noche convencida de que está habiendo un terremoto descomunal y no puedes ayudar a tus hijos, que están en el piso de arriba. Tardé 5 segundos en darme cuenta de que era una pesadilla y, por mucho que mi marido intentara calmarme, la taquicardia y el tembleque no se me iba del cuerpo. La parte buena fue que me sirvió para poder sentarme con los dos mayores y explicarles qué debían hacer en caso de que ocurriera algo así de noche. Ya creía yo estar curada de espanto, cuando de pronto una madrugada, hace poco, los móviles y la tablet de casa empezaron a sonar con una alarma estridente mientras decían algo en japonés al unísono y en la pantalla aparecía un mensaje del que yo sólo entendía: "Alerta de emergencia". Le pregunté insistentemente a mi marido qué estaba pasando y él, con su calma chicha de costumbre, me contestó: "Está diciendo: ¡Es un terremoto, es un terremoto!". "Pero, ¡¿Qué hacemos?!" -tranquila no estaba, lo admito- ¡¿Va a haber un terremoto?!". Creo que era peor la incertidumbre de no saber si de un momento a otro todo iba a empezar a sacudirse con violencia, que si realmente hubiera empezado el temblor sin saberlo, porque tampoco podíamos hacer nada. Me explicó que suenan estas alertas en los móviles cuando se espera que haya un seísmo de categoría 5 o superior. Pero, al parecer, los japos, aunque poco, también se equivocan. 
  • Defunciones, muertes y muchas de las costumbres que rondan este tema. Por ejemplo, si venís por aquí, ni se os ocurra poner los palillos clavados verticalmente en el cuenco de arroz en público -práctica que acostumbro a hacer a diario- porque así es como se presenta el arroz a los muertos en las ofrendas funerarias. Siempre le digo a mi marido que se les van a ir las ganas de ofrecerles más el día que se encuentren el bol vacío (cosa que, por otro lado, tampoco será extraño que suceda, dado que los cementerios aquí -a diferencia de en nuestra tierra donde los camposantos suelen estar bien "amurallados" y a las afueras- están en espacios abiertos, en cualquier lugar de la ciudad o la montaña, normalmente en sitios con vegetación y donde seguro que hay animalillos a los que un plato de arroz les parece de lo más apetecible). Parece que, en ese sentido, se enfrentan a la muerte de una forma mucho más natural que nosotros. Tampoco está bien visto pasar la comida con tus palillos directamente a los de otra persona, ya que está relacionado con otro ritual funerario: después de la incineración del cadáver, los familiares recogen los huesecillos que quedan y se los van pasando de uno a otro hasta depositarlos en la urna. Sabiendo esto, la verdad es que se van las ganas de hacerlo ¿a que sí? al menos el hambre se va de un plumazo...
  • Otros: Bueno, no sé si es miedo o asco, creo que me decanto por lo segundo, pero es que aquí hay unos arañones de impresión, por no hablar de las pedazo mantis religiosas que son capaces de cargarse a una chicharra que les dobla el tamaño con una parsimonia que abruma. Bichitos de Dios...