jueves, 21 de febrero de 2019

¡AL AGUA, JAPOS!

El momento del baño es todo un ritual en Japón y, a pesar de la agitada vida que caracteriza a estos orientales, casi parece que rinden culto, no tanto al hecho de asearse, sino al placer sumergirse en el agua y relajarse. 
  • Ofuro
Para que os hagáis una idea de la importancia que le dan, os contaré que me había aprendido que el sitio de la casa donde estaba la bañera (que no es el mismo que donde se encuentra el inodoro, como en occidente) se llamaba "furo" y, al llegar aquí no hacía más que oír "ofuro" por aquí, "ofuro" por allá, y ya tenía la duda de si me lo había aprendido mal, pero mi intérprete personal me aclaró que la "o" que se le pone delante es un prefijo que se le añade a algunas palabras a modo honorífico. Traducción mental para mí: Ofuro= Excelentísimo y Reverendísimo lugar de aseo y relax.
Normalmente tienes como una antesala con un lavabo (y la lavadora en nuestro caso), y luego está el ofuro propiamente dicho, que es un habitáculo donde ya todo es mojable y que incluye, por un lado, lo que vendría a ser nuestra ducha y, por otro, Su Majestad la Bañera, que es más pequeña pero más profunda que las nuestras. 
Los japoneses suelen sentarse en un taburete (de ahí que haya un espejo a la altura de niño de año y medio), para lavarse y enjuagarse bien bien bien antes de pasar al momento de relajación. Lo tradicional, y dado que se da por hecho que se esmeran muy mucho en que su cuerpo quede como los chorros del oro, es que toda la familia, pasando de mayor a menor, se remoje en la misma agua, por lo que no la vacían al terminar el baño. De hecho, suelen tener una especie de tapa que se pone al terminar y hay un sistema que mantiene el agua a determinada temperatura. 
Qué queréis que os diga, nosotros lo hacemos a la española: Salvo excepción, ducha y arreando, y si alguien se permite el lujazo de bañarse, luego esa agua adiós muy buenas, hasta luego cocodrilo, au pescau, sayonara baby, pero no te quiero volver a ver en mi casa hasta que hayas desembocado en el mar, te hayas evaporado, purificado, descendido en forma de precipitación, pasado por una depuradora o lo que sea y ya si eso te recibo de nuevo en mi "obañera".


  • Onsen
¿Habéis estado alguna vez en un balneario? Pues yo no, así que igual lo que digo es una barbaridad, pero los onsen vendrían a ser su análogo nipón: baños tradicionales japoneses con aguas termales volcánicas. La gran diferencia radica, como he dicho antes, en todo el ritual que acompaña al asunto. Bueno, eso, y que la gente va como Dios la trajo al mundo...
Con permiso de mi hermana, que fue la afortunada de acompañarme en esta aventura, os contaré cómo fue mi primera (y única) experiencia en un Onsen:
En mi afán por hacer algo novedoso y chulo con my sister en su visita al lejano Oriente, le pedí a mi amado esposo que me hiciera el favor de buscar un Onsen donde ir con ella pero, por favor te lo ruego, aunque no sea muy tradicional por nuestra parte, uno en el que podamos ir con bañador, que nosotras somos muy recatadas y pudorosas. Así que, muy amablemente me dio los datos del susodicho lugar y lo apunté en el planning. Me comentó que era un sitio muy cuqui que, a pesar de estar en la ciudad, habían ambientado como un pueblo de Japón en la época del Edo (S.XVII-XIX, para los que, como yo, no son muy eruditos) y, además de la posibilidad comer ahí mismo, tenía el aliciente de que podías pasearte por el recinto en yukata (vestimenta tradicional japonesa, más ligera que el kimono). Fenomenal. Planazo asegurado. 
Llega el gran día y, a punto estábamos de salir por la puerta, cuando mi marido me dice que, ay, se ha equivocado, que él pensaba que, como las señoritas que salían en las fotos iban con bañador era así, pero que en realidad este Onsen, aunque por supuesto con separación de sexos, es tan nudista como cualquier otro. ¡Horror, pánico, desesperación! Eso, y cabreo al canto. "¡Jolíííín! ¡Se nos ha fastidiado el plan!, ¡Pues menudo rollo!, ¡Es el fin del mundo!..." Pilláis la idea, ¿verdad? Ahí mi cónyuge intentando hacerme ver el lado bueno e insistiendo en que, aunque fuera por ver el recinto y pasearnos disfrazadas de japonesas un rato, valía la pena ir, porque era barato y además tenía un circuito exterior para los pies y blablabla. Total, que allá que nos fuimos, dirección al Odaiba Ōedo-onsen-monogatari. Llegamos, gracias a la línea de metro Yurikamome, que os comenté que circula sin conductor y ya con nuestro look de camuflaje, nos paseamos por el lugar.
Empezamos por el circuito exterior: ¡Oh-Dios-mío! ¿¡Quién se ha inventado este sendero de tortura!? ¡Qué tormento! Yo me imaginaba algo en plan arena, chorros de agua y diferentes texturas para relajarte y recibir sensaciones agradables a través de los pinreles, pero esto era irresistible en el sentido estricto de la palabra. El problema es que, cuando te dabas cuenta de que era realmente insoportable, que la zona con agua seguía el mismo patrón de piedras puntiagudas puestas de canto y el dolor crecía por momentos, ya llevabas tanto trecho recorrido que no sabías si era peor tirar pa lante o pa tras.

A continuación y siguiendo con el plan de sufrir porque sí, se nos ocurre meternos en la "sala del otoño" oséase una sauna a 40º de temperatura y, para mayor goce y disfrute, alternando con la "sala  del verano", a 10 graditos. Mirad, será sanísimo, tonificante, bueno para la circulación y lo que sea, pero yo, pagar para que me mortifiquen, pues no lo acabo de ver. 

Ah, bueno, y por otra parte, allí no hacían más que darnos llaves y números: que si al entrar, casillero para dejar las zapatillas, luego brazalete con el código y la llave de la taquilla del vestuario para dejar la ropa (y las llaves de donde estaba nuestro calzado, claro). Al llegar a la sauna, cambio de ropa por una especie de pijama, con la pertiente consigna para dejar la yukata (y las llaves de la taquilla anterior, por supuesto, no se vayan a fundir). Vamos, que al hacer el camino a la inversa, yo ya no sabía si estaba en un Onsen o en un escape room.
Por no hacerme larga, la cuestión es que, después de muchas dudas, de decidir y desdecidir veinte veces, nos armamos de valor y, oye, ya que estábamos allí, pues había que culturizarse y ver qué era aquello del Onsen. Haciendo de tripas corazón e intentando no darle muchas más vueltas, enfilamos hacia nuestro destino. 
Al llegar te dan un par de toallas -una para llevarla contigo dentro de la zona de baño y otra para la salida- y busca taquilla donde meter tus cosas, faltaría más. Mi hermana de frente a una taquilla y yo, de espaldas a ella, en otra. La tensión se respiraba en el ambiente, yo no hacía más que pensar: "Quién me manda a mí..." y en eso oigo una voz por detrás: "Oye hermana...elige: arriba o abajo, pero esto no tapa más". ¿Sabéis cuales son las toallas típicas de bidet? Vale, pues estas medían la mitad. En fin, que ahí estábamos las dos, andando a paso de geisha, intentando cuadrar la toalla tamaño cuartilla para tapar al menos lo indispensable, no morir de vergüenza y llegar cuanto antes a la zona de baño. Entramos y toooodas las miradas se dirigieron hacia nosotras. Fantástico, justo lo que yo quería, no salté de alegría por miedo a resbalarme. Tanto por eso, como por el calor, creo que, más que "Onsen", en la puerta tenían que haber puesto "Bienvenidas al infierno". 
Tras la desorientación inicial y con serias dificultades para pensar con claridad con tanta presión, localicé las zonas de aseo, que ubiqué por ser muy similares al furo de casa: banquetita, espejo, jabones y ¡oh, milagro! una especie de parabán que separaba unas de otras. Mientras nos lavábamos le comenté a mi compañera de martirio: "Cúchame, yo creo que llamamos más la atención intentando taparnos a modo Chiquito de la Calzada que si nos paseamos como todas y fingimos naturalidad." Tras jurar el compromiso fraternal de que, la que fuera detrás, miraba al suelo, pusimos la directa hacia las piscinas. ¡Funciona!, ¡nadie nos mira! ¡Yujuu! Yo no tenía más obsesión que encontrar la dichosa bañera de "nanoburbujas", que había leído que hacía el efecto de agua blanca, prácticamente opaca, que sería nuestro refugio hasta que se nos pasara el susto. Nos sumergimos e, imitando a resto de mujeres del lugar, nos colocamos la toallita encima del pelo, para que no se mojara. Nos miramos y, después de tanto agobio, nos dio el ataque de risa de vernos ahí escondidas entre micropompas y con las toallas para gnomo en lo alto de la cabeza. Lo mejor de todo fue que, aunque ya más relajadas y tras probar casi todas las piscinas, con el agua a punto de ebullición nuestro sensible cuerpo europeo tampoco aguantó mucho y, después de varios mareos, para evitar perder la conciencia, pegarnos un batacazo en tales apuradas condiciones, decidimos salir. 
  •   Rotenburo
Por último, el rotemburo es un onsen al aire libre. En mi caso tuve la suerte de disfrutarlo de forma privada, porque estaba en la terraza de la habitación de un ryokan (hotel tradicional) al que fuimos una noche y era un gustazo estar sumergida en el agua, rodeada de naturaleza y con el sonido del río de fondo... Bueno, esa es la teoría, porque la realidad es que gustazo gustazo tampoco es, que no sé qué manía tienen en este país de poner el agua que parece que te van a cocinar al baño María y, entre lo que cuesta entrar en el géiser ese y la falta de oxígeno que te aprisiona los pulmones, si me dan a elegir, me quedo con un jacuzzi a temperatura española y chimpum.


 

viernes, 8 de febrero de 2019

LA DIETA MILAGROSA

Hoy hemos tenido la ecografía de las 20 semanas en el hospital -lo que en España conocemos como "la Doppler"- y no sé si reír o llorar. En cuanto a la ecografía en sí, todo fenomenal y nos han confirmado lo que nos dijeron en La Fe la semana pasada: todo va bien y la niña está perfectamente (¡Sí! Es una garbancita japonesa 😍). La cuestión es que el saludo de buenas tardes ha sido el mismo que el de la última vez: que he engordado demasiado. Sí, vale, ya me sé lo de que las tablas de peso no son iguales aquí que allí, pero vamos que parece que eso ellos no lo tienen en cuenta y se empeñan en valorarme a la asiática. La matrona de Valencia me dijo que no me preocupara y que ella no le da la más mínima importancia pero, los que me conocéis, sabéis que soy bastante temperamental y me ha tocado muchísimo la moral que el prefacio de la visita haya sido otra vez "el temita" y más teniendo en cuenta que como sano y en cantidades iguales o incluso inferiores a lo normal e intento hacer ejercicio a diario. Eso, unido al cansancio producido por la anemia, el jet lag y lo hormonal característico del embarazo, pues eso, mi cara de pocos amigos creo que también se entendía en japonés. 

Algunos soléis hacerme preguntas o comentarios en plan: "En Japón la Ciencia y la Tecnología deben ser una pasada", "Seguro que allí es todo súper avanzado", "¿En los colegios hay robots?"... bueno, pues partiendo de que en las escuelas de estos lares el método sigue siendo pizarra y tiza y que a una amiga que también vive aquí, estando de visita en mi tierra natal y casi a mitad de su embarazo, le acaban de dar la sorpresa de que lleva gemelas y en las revisiones en este hipermegaultrafuturista país ni lo habían visto, os podéis hacer una idea de que lo del progreso es un tanto relativo. Y comento esto por lo que decía de que no sé si reír o llorar: qué creéis que me ha propuesto la señora como plan para controlar mi aumento de peso, ¿algún secreto de la dieta japonesa?, ¿una tabla de ejercicios zen para embarazadas?, ¿un medicamento mágico nipón contra la obesidad gestacional?... ¡No! Y juro, ante notario si hace falta, que no es un chiste: tantos años de estudios y el súper consejo de sabiduría oriental que me ha dado la médico ha sido que me pese cada día, apunte el peso y ¡así adelgazaré! ¿Mande? Mi marido se ha reído en su cara pensando que estaba de guasa y, al ver que la otra se mantenía impasible, le ha pedido confirmación: ¿de verdad que por escribirlo en una hoja va a controlar el peso? (porque pesarme, ya me estaba pesando a diario y se lo habíamos dicho, y no ha puntualizado nada en plan "sí, así le ayuda a tenerlo presente y comer menos" ni nada de nada). Pues sí oye, parece que el movimiento de mano para escribir tres cifras y una coma, quema más calorías que caminar dos horas diarias, no sé...  Ya sabéis, dejaos de dietas y de gimnasios, ¡el secreto es hacerse escritor!